Y no del que aporta. Para peor de males, ser soberbio nubla la mirada y no permite reconocer lo bueno del otro.
Ser soberbio hoy día parece popular e interesante.
En el mundo de los negocios, la empresa y el entorno laboral, el afán de competencia lleva a menudo a abordar con falta de caridad al prójimo. Así, clientes, competidores, colegas y jefes son descalificados y pasan a estar en la lista de los desvariados.
En el entorno familiar, el ex marido, la ex mujer, la suegra, los amigos de la pareja, cualquiera que represente una amenaza a la competencia o a la atención del otro, pueden entrar rápidamente en una lista negra. Los que están en ella, aunque puedan tener razón en algunas ocasiones, no calificarán nunca para un reconocimiento.
La soberbia impide aprender
Para colmo, ser soberbio altera la propia realidad y no permite identificar las propias debilidades. Por lo tanto, evita la evolución.
Si bien los grandes países son más cuidadosos en mantenerse en lo “políticamente correcto” y no criticar a viva voz a las minorías y acatar las reglas, a menudo sus habitantes caen en el mismo juego cuando se trata de compararse con sus congéneres de otros países, donde existen las categorías de primera, segunda y tercera.
Aunque pueda decirse que esta actitud es más bien propia de un país subdesarrollado, donde recién se empiezan a imponer las normas de urbanidad, en los grandes países el pecado de hybris continúa igual.
"Como es sabido, es uno de los siete pecados capitales".
Y es el caldo de cultivo para la amargura y la tensión constantes.
La persona soberbia no es feliz. Y esto lo sostengo al 100 %.
Ya que querer tener siempre la razón, buscando el desmedro de los demás, y sostener una postura tan altiva, cuesta demasiado y, como resultado, aísla, tensiona, envenena.
Hoy, es un excelente día para bajar la guardia, mirar a los demás con otros ojos, relajarte y “conectarte con quienes te rodean desde otro lugar”.
¿Lo intentarás...?